Asquerosa. El simple hecho de llevarla acuestas produce espanto. Es como el cúmulo de todo lo que has disfrutado vuelto una materia pegajosa, color vomito con algunos toques de blanco y crema, verdaderamente repugnante. Mi encuentro con ella fue, se los juro, desastroso, largo y sangriento.
Nunca olvidaré aquel quirófano de la Unidad Oncológica del Hospital José María Cabral y Báez, era frió, gris en todas sus tonalidades, con el rastro que deja el tiempo por todos lados, y es que en un país subdesarrollado así son las salas de cirugía. Me impresionaron los galones de jugo cortados a la mitad, que más tarde descubriría que eran los contenedores para echar los restos de lo extraído a la paciente de turno. Esa mañana el Doctor González solo haría extirpaciones de cáncer de seno, desde temprano nos lo había avisado la jefa de enfermeras. Ella era la encargada de hacer que mi experiencia y la de mi compañero de batalla fuera imborrable, nos debía quedar muy claro que el colegio no era un lugar para agarrase a puñetazos.
El resto de aquella mañana nos la pasamos pensando en lo que veríamos en aquel cuartito del fondo.
La hora llegó. González estaba preparado y los otros miembros de la orquesta por igual, todos con bisturí, jeringa y demás instrumentos de terror. Entró la primera víctima como de unos 54 años, ya media dormida, envuelta en una gran funda verde gusarapo. El bisturí se levantó sobre el pecho y se dejó caer de manera relajada pero cruel encima de él. Sonaba una ¡Bip! ¡Bip! Que todavía desconozco su origen.
La cortadita se veía leve, la sangre realmente era poca, pero esto no duraría mucho tiempo. De repente, el tipo sacó lo que hasta hoy creo era una pistola y pegó la punta de esta del seno izquierdo de la pobre Doña, que quizás se llame María, Perla o que se yo, el olor a quemado era contundente. Entonces ahí estaba, sin avisar, la cosa más desagradable, endemoniada, nauseabunda y atroz que he visto en mi vida.
Lo más parecido con lo que puedo comparar aquello es con el interior de una empanada de tres quesos de una de esas marcas famosas. Varios tonos de amarillo, uno que otro puntico rojo y como una inmensidad de grumos adheridos entre si. Fue mi primer encuentro cercano con la grasa y les digo sinceramente espero sea el último.
Estuve face to face, como dicen los gringos, con la gran enemiga del mundo occidental, la malvada que nos hace pasar horas en un gimnasio, la mejor amiga de los cirujanos plásticos y masajistas. Estuve con ella, el dolor de cabeza de los cardiólogos, la que siempre esta presente en los propósitos de año nuevo, por la que todos rezan desaparezca antes de que llegue Semana Santa, en fin ella a la que todos complacemos pero que nunca nos complace.
La cirugía terminó, suturación y listo. La victima fue tirada como un trapo a otra camilla que la llevaría rumbo a algún cuarto de aquel desaliñado lugar o sabrá Dios donde.
Intentando superar aquello yo y mi compañero, que después de los empujoncitos de días anteriores nos habíamos convertido en mejores amigos, aprovechamos el ratico que nos enviaron a llevar el galón cortado a la mita de jugo con el pedazo de tumor extirpado, para salir de esa sala e ir a ver la mejor cara de esa sustancia que hacia solo unos instante casi nos hace desmayarnos, y que más bello que en forma de brownie. Permítanme decirles que en la cafetería del hospital quizás estén los mejores brownies de la ciudad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario