
Por estos días me he mudado a Santo Domingo para terminar con mi carrera universitaria, estoy viviendo donde mi tía Carola. En este lugar, o más bien en el ascensor del edificio donde ahora vivo, fue que definitivamente comprendí las dimensiones físicas de mi cabeza. Y es que este aparato desgraciado, que me evita la tediosa actividad de subir y bajar escaleras, me cobra el favor sometiéndome al indescriptible ejercicio de tener que ver cada ángulo de mi cuerpo. Esto mientras pienso en que eso que mis ojos ven en minutos será observado por todo el que quiera, quienes lo juzgaran en menor o mayor manera como lo hago yo en ese momento frente a los espejos del ascensor. Son tantos espejos que tiene el aparato que no existe rincón de mí que no pueda ver. La enorme cabeza, mis pechos caídos y barriga voluptuosa de joven poco ejercitado que se proyectan inclusive por encima de la ropa. Una papada que me niega la tranquilidad que me daría su ausencia. Mi estatura que todavía a los 22 no me convence del todo y un sinnúmero de detalles que me apenan comentar aquí. Si porque existen cosas que me apenan. Pero cuando termina el corto viaje, que según yo es eterno, entre subir y bajar estoy conforme. Porque por más esfuerzo que hagan los espejos endemoniados y todos, conocido y extraños, que me verán pasar nunca podrán descubrir algo que solo yo conozco. El interior de esa gran cabeza y el personaje detrás de ese cuerpo flácido y poco trabajado. Ese secreto que solo comparto con la soledad, mi amiga de siempre. La soledad ese lugar donde todos realmente somos lo que somos. Donde se cuelgan disfraces y salen a la luz esos seres toscos, morbosos, desinhibidos pero felices que todos llevamos dentro. Sin espejos que mirar y sin lugar para que te juzgue nadie.
1 comentario:
Frente a la escasez de atributos fisicos deseados, nacen otras cualidades ampliamente envidiadas, conocimiento, poder de la palabra y una vasta cultura.
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