Hoy comencé a leer el libro ganador del Premio Pulitzer de Novela 2008, La breve y maravillosa vida Oscar Wao del dominicano Junot Díaz. Me resulta enormemente gracioso saber que un libro con tanta dominicanidad en su contenido haya obtenido un premio tan tradicionalmente gringo. Y es que el tipo se las trae, e hizo una mezcla muy interesante de los personajes clásicos del comic americano y la jocosidad natural del dominicano.
Hablando justamente de la jocosidad del dominicano. Después de leerme el primer capitulo del libro de Junot, me entró una ansiedad (de esa que me cae a mí hacia ciertas cosas) por salir comprar el último libro de Jaime Bayly El canalla sentimental, y asi lo hice, por supuesto descubrí que todavía no ha llegado a ninguna libreria de este país tercermundista.
De regreso a mi casa viví una de esas experiencias que me confirman por que amo montarme en mis conchitos de alma y aprender del comportamiento humano. Para muchos en nuestro país el hecho de tomar un transporte publico singularmente dominicano, el concho, es lo peor que le puede pasar en la vida. Sienten que es una especie de karma que están pagando, y lo peor, no sabe bien de que vida. Realmente el concho es un medio de transporte “especial”. La idea parece ser que entre más incomodo, destruido, maloliente y ruidoso sea el carro mejor cumple su función de “Transporte publico nacional por excelencia”.
También, es verdad que en ningún lugar se experimenta mejor el jodido y húmedo calor que hace en esta media isla que en un concho. En un día normal el sudor de cada pasajero se refleja en todo su cuerpo. Moja desde el polo shirt de algodón más fresco, hasta los t-shirts deportivos esos hechos de una tela llena de pequeñas perforaciones, por lo general de colores vibrantes y que deja ver toda la anatomía de quien lo lleva, desde el viejo pansú, hasta el joven atlético. Es quizás la prenda más ridícula que existe, y el dominicano común le encanta ponérselos como si fueran una vestimenta cotidiana y no un accesorio específicamente para hacer deporte. Otra cosa realmente escalofriante es el tanque de gas (combustible de uso predominante entre los carros de concho) todo destartalado, que se le clava en plena espalda a los cuatro pasajeros que a duras penas caben en la parte trasera del vehiculo, y dispuesto a explotar a la mínima provocación acabando con cualquier esquina de la ciudad.
Mi trayecto en esta ocasión fue particular. No porque el paisaje tuviera algún elemento novedoso o que un gallo me intentara picar ferozmente un brazo, como en ocasiones anteriores, sino por la divina compañía de una desgraciada señora cuyas primeras palabra cuando entre al concho fueron: El don aquí (refiriéndose a mi) como que no deja na’ de comida en el plato de noche, se lo come to' eh?. Por mi mente paso de todo, mandarla al diablo, morderla hasta hacerla sangrar a lo Mike Tyson, prenderle fuego al bigote rubio asqueroso que adornaba su hermosa boca de dientes amarillentos y llenos de caries…. En fin de todo. En verdad me dio risa, soy sincero, ¡la gente se pasa! Pero no lo podía demostrar, señores, hay que educar a este pueblo que tanto lo necesita. Enseñarle al dominicano a no ser tan confiansú! Oh oh! Pero la mujer (De unos treinta y cinco años, con la cara llena de machas, por caminar mucho en el sol infernal del mediodía; y un grajo, pero un grajo! De obrero haitiano de construcción) no se quedo callada y siguió: Mire lo que usted tiene que hacer, me decía, es no comer de noche. Mi cara era como de un bulldog francés, toda plegada, loco por volarle arriba. El chofer del concho, que al principio se reía a carcajadas de las ocurrencias de la mujer y hasta se atrevía a agregar algún monosílabo, ya se había dado cuenta que el tema me molestaba, y solo veía como esperando mi reacción. De repente salio ese león dormido que habita en mi, y le dije a la metiche mujer Doña excúseme y quien le dijo a usted que yo quiero rebajar. ¡¡MENTIRA CLARO QUE QUIERO REBAJAR!! Yo flaco me veo feísimo. No sea tan confianzuda. Usted a mi no me conoce, con todo el respeto y excúseme.
La mujer no dijo media palabra más (Porque el dominicano es entremetio pero pendejo como el solo) en el carro, a pesar de estar repleto, todo fue silencio. Y como mandado del cielo, a la doña me le sonó el celular y ahí fue que se puso buena la cosa. Hola mi papi bello. Comenzó ella, hablando al parecer con el enamorado. Toy’ en el concho que estaba en la fiscalia porque que llego la prueba. Tú sabe que el fiscal no la puede abrir hasta la audiencia. Ta’ bien mi negro bello. Tu va salir de ahí pronto mi amor. Te amo. (Que formas son esas de hablar delante de la gente… pudor pueblo dominicano ¡¡pudor!!) seguido cerró el teléfono, y como si alguien le estuviese preguntado o deseoso de oírlo, la doña procedió a lamentarse Ay mi pobre maridito tan dura que la ta’ pasando. Ay mi negro bello. Todos seguimos en silencio. Algunas cuadras adelante yo llegaba al final de mi viaje y de casualidad la señora también. Nos desmontamos y tomamos lados totalmente opuestos de calle #20, sin intercambiar media palabra.
Mientras caminaba hacia mi casa solo pensaba en como el dominicano tiene la capacidad, de a pesar de lo muchos problemas que tiene cada uno en sus vidas, preocuparse por si el otro esta gordo o flaco, por si es cristiano, evangélico o ateo, por si es homosexual o no, por si se acuesta con fulano o pesenjo, etc.