Fidelidad: cualidad de poder ser traicionado.*
Aburrido. Nauseabundo. Así se ponían las cosas tras casi tres años relación. Las cualidades cada día eran más difusas y las que se divisaban sinceramente me tenían harto. A veces creo que me hablaba por obligación, aclaro, nunca duden que yo también, por eso de repartir bien las culpas. Del frenesí de un principio al personaje principal de esta historia (que para hacérselo más fácil llamaré Andrea, sí como la linda niña de la película que en las noches se convertía en un horrible monstruo, qué mejor nombre ¿verdad?) Le quedaba poco. Y existía cariño, no obstante querido lector, uno se cansa de hablar, de repetir día a día lo que has hecho como si fuese dictado. Esperando que el argumento sobre la jornada se acabe para iniciar esos temas que lo arruinan todo.
-Es que tu no me dices lo que sientes- le reclamo a Andrea.
Quien cada vez que sentía que el baile se le complicaba se agarraba de la maldita preguntita.
-¿Tu en realidad me amas?” -¡Aaah mier@#! ¡Otra vez! pensaba yo.
-Adolfo yo creo que para ti esto es un juego – sacado conclusiones siempre pensando por ambos, simplemente con ganas de oír la respuesta o deseos interminables de joder, todavía no sé.
-Olvídalo- terminaba.
Y ahí arrancaba yo, del otro lado del teléfono, como si no fuera suficiente drama.
-No, si no lo resolvemos, esto se hace más grande –con mi tono de interesado, que ahora analizándolo ni yo me lo creía.
-No, dejémoslo ahí porqué me estoy enojando- decía Andrea en búsqueda de ruegos que en ocasiones cuando no era la hora novela o mi amiga Lenni no me llamaba en la otra línea llegaban. Si no la conversación concluía. Pues nadie esperara que dejara de ver un capítulo de La Otra o de escuchar las divinas historias de desamor de mi amiga en aquellos tiempos de secundaria donde todo era “tan grande”, para escuchar la “Letanías de Andrea” como ya había titulado el episodio de cada noche.
Con el tiempo las cosas empeoraban nos estorbábamos. Las llamadas se intercalaban un día si y el otro no. Las cosas que antes se sacrificaban con gustos se convertían en “el problema de llevar una relación seria contigo, es ese”. Además, como si fuera poco, Andrea pasaba unos días en Puerto Plata resolviendo “asuntos”, sí en la ciudad costera llena de morenitos más flacos, fuertecitos y bronceaditos que este servidor. Cosa que me reventaba el hígado, no sé si por las tentaciones o por el hecho de no ser yo el que estuviera allá.
En el momento menos esperado la antes mencionada tentación llegó. Le pondremos Hipo, si como ese movimiento impertinente del diafragma que se presenta de repente solo para jo#$% e irse, que asimismo me recuerda al nombre de ese personaje despreciable de la historia nacional, ex presidente de la Republica y presidente del PPH que mi madre me ha prohibido mencionar completo.
Hipo ni me agradaba, tenia tiempo rondando. No voy a negar que la idea se me hubiera cruzado por la cabeza pero, de ahí a concretarla era distinto. Sin embargo la vida nuevamente decidía por mí. Y así fue. Un hotel. Un fin de semana. Un infiel. Qué momento, por primera vez sentí esa mezcla de “What da’ fuck” y culpa, había traicionado muchas de las cosas en las que creía y era tarde.
Andrea nunca se enteró de lo sucedido, a pesar de que nada volvió ser igual. Parecería que lo que teníamos era más fuerte, sin embargo, como sucede en muchas relaciones largas, no evolucionó. Repetí la fechoría alguna vez más, antes de que nuestra reilación terminara sin que cuenta me diera. Desde aquellos días pienso que somos infieles porque las circunstancias nos llevan, ademas de que la carne, mis amigos, es débil. Y esto no tiene nada que ver con el amor. Esto lo digo por que “Andrea” es hasta el momento la persona que más he querido y estoy seguro que la que más me ha querido.
Nota: Qué cursi final ¿no? ... ¡Por Dios! Perdónenme denle a next blog, no importa.
*http://www.geocities.com/odiecus/chistes/castellano/diccionario.htm
Aburrido. Nauseabundo. Así se ponían las cosas tras casi tres años relación. Las cualidades cada día eran más difusas y las que se divisaban sinceramente me tenían harto. A veces creo que me hablaba por obligación, aclaro, nunca duden que yo también, por eso de repartir bien las culpas. Del frenesí de un principio al personaje principal de esta historia (que para hacérselo más fácil llamaré Andrea, sí como la linda niña de la película que en las noches se convertía en un horrible monstruo, qué mejor nombre ¿verdad?) Le quedaba poco. Y existía cariño, no obstante querido lector, uno se cansa de hablar, de repetir día a día lo que has hecho como si fuese dictado. Esperando que el argumento sobre la jornada se acabe para iniciar esos temas que lo arruinan todo.
-Es que tu no me dices lo que sientes- le reclamo a Andrea.
Quien cada vez que sentía que el baile se le complicaba se agarraba de la maldita preguntita.
-¿Tu en realidad me amas?” -¡Aaah mier@#! ¡Otra vez! pensaba yo.
-Adolfo yo creo que para ti esto es un juego – sacado conclusiones siempre pensando por ambos, simplemente con ganas de oír la respuesta o deseos interminables de joder, todavía no sé.
-Olvídalo- terminaba.
Y ahí arrancaba yo, del otro lado del teléfono, como si no fuera suficiente drama.
-No, si no lo resolvemos, esto se hace más grande –con mi tono de interesado, que ahora analizándolo ni yo me lo creía.
-No, dejémoslo ahí porqué me estoy enojando- decía Andrea en búsqueda de ruegos que en ocasiones cuando no era la hora novela o mi amiga Lenni no me llamaba en la otra línea llegaban. Si no la conversación concluía. Pues nadie esperara que dejara de ver un capítulo de La Otra o de escuchar las divinas historias de desamor de mi amiga en aquellos tiempos de secundaria donde todo era “tan grande”, para escuchar la “Letanías de Andrea” como ya había titulado el episodio de cada noche.
Con el tiempo las cosas empeoraban nos estorbábamos. Las llamadas se intercalaban un día si y el otro no. Las cosas que antes se sacrificaban con gustos se convertían en “el problema de llevar una relación seria contigo, es ese”. Además, como si fuera poco, Andrea pasaba unos días en Puerto Plata resolviendo “asuntos”, sí en la ciudad costera llena de morenitos más flacos, fuertecitos y bronceaditos que este servidor. Cosa que me reventaba el hígado, no sé si por las tentaciones o por el hecho de no ser yo el que estuviera allá.
En el momento menos esperado la antes mencionada tentación llegó. Le pondremos Hipo, si como ese movimiento impertinente del diafragma que se presenta de repente solo para jo#$% e irse, que asimismo me recuerda al nombre de ese personaje despreciable de la historia nacional, ex presidente de la Republica y presidente del PPH que mi madre me ha prohibido mencionar completo.
Hipo ni me agradaba, tenia tiempo rondando. No voy a negar que la idea se me hubiera cruzado por la cabeza pero, de ahí a concretarla era distinto. Sin embargo la vida nuevamente decidía por mí. Y así fue. Un hotel. Un fin de semana. Un infiel. Qué momento, por primera vez sentí esa mezcla de “What da’ fuck” y culpa, había traicionado muchas de las cosas en las que creía y era tarde.
Andrea nunca se enteró de lo sucedido, a pesar de que nada volvió ser igual. Parecería que lo que teníamos era más fuerte, sin embargo, como sucede en muchas relaciones largas, no evolucionó. Repetí la fechoría alguna vez más, antes de que nuestra reilación terminara sin que cuenta me diera. Desde aquellos días pienso que somos infieles porque las circunstancias nos llevan, ademas de que la carne, mis amigos, es débil. Y esto no tiene nada que ver con el amor. Esto lo digo por que “Andrea” es hasta el momento la persona que más he querido y estoy seguro que la que más me ha querido.
Nota: Qué cursi final ¿no? ... ¡Por Dios! Perdónenme denle a next blog, no importa.
*http://www.geocities.com/odiecus/chistes/castellano/diccionario.htm
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